Azucena Ricarda Bermejo de Rondoletto

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El dos de noviembre de 1976, entre las 14 y las 15 hs. un grupo compuesto de más o menos 30 hombres armados pertenecientes a la Brigada de Infantería del III Cuerpo del Ejército bloquearon la cuadra y otros entraron al negocio de imprenta que Pedro Rondoletto tenía en el mismo domicilio, San Lorenzo 1666, San Miguel de Tucumán. Los hombres vestían de civil, con medias de nylon cubriendo sus rostros, y portaban armas cortas y largas y todos tenían voz de mando como los de Ejército. Uno de los hombres le pregunta a una de las personas en la imprenta si es Pedro Rondoletto. Cuando éste asiente, lo golpearon brutalmente y se lo llevaron hacia un cuarto donde ya se encontraban su esposa María Cendar de Rondoletto y su hija Silvia Rondoletto. En ese ínterin otro grupo trajo del departamento de arriba a Jorge Rondoletto y a Azucena Bermejo de Rondoletto, la esposa de éste, embarazada de cuatro meses. Mientras tanto el socio del padre y dos empleados son puestos contra la pared del mismo negocio y con las manos en alto y les dicen que “se queden quietos, pues la cosa no es con ellos”. Luego de aproximadamente 35 minutos, se van de la casa llevando toda la familia Rondoletto: Pedro, María, Silvia, Jorge y Azucena.

Los cinco fueron llevados con ojos bendados y bolsas sobre sus cabezas fuera de la casa. A los padres los metieron en un auto del estado, y a los menores, en un auto negro (según informaron los vecinos). Jorge, al salir de la casa o al entrar al vehículo, trató de enfrentarlos y lo golpearon brutalmente. Antes de partir, uno de los hombres le dijo a uno de los socios de la imprenta que tenía veinticuatro horas para sacar el equipo del edificio o que pondrían una bomba. Ese mismo día una deposición fue llevada a la estación de policía No. 8, y el padre de Azucena pidió una audiencia con el Gobernador Provincial, General Bussi, por medio de un contador, Elias, que trabajaba en la oficina del General Bussi, y al mismo tiempo era un amigo y colega de la familia Bermejo y Rondoletto. La junta jamás se llevó a cabo. Más tarde, se registraron varios pedidos de hábeas corpus, algunos de los cuáles fueron rechazados y otros tuvieron una respuesta negativa. Al mismo tiempo, se tomó acción por parte de terceras personas con el Presidente de la Nación, General Videla, con el mismo resultado en los pedidos de hábeas corpus.

Los secuestradores se apoderaron de todas las pertenencias de la familia que encontraban en la casa. Según los vecinos, la casa continuó siendo saqueada por varios días después, y se quedaba un hombre a custodiarla. También sustrajeron los dos automóviles de la familia, un AMI 8, propiedad de Pedro Rondoletto y un Citroen 3 CV propiedad de su hijo Jorge. Este último vehículo se hallaba en el Taller mecánico del Sr. Coronel, quien fue obligado a llevar personalmente el coche a la Jefatura de Policía de Tucumán.

Los secuestrados pasan por la Jefatura de Policía (fueron vistos allí por Juan Martínen Diciembre de 1976), la cárcel de Villa Urquiza y finalmente el Arsenal Miguel de Azcuénaga. El coche AMI 8 propiedad de Pedro Rondoletto fue entregado como gratificación por el Comisario Roberto Heriberto ALBORNOZ a un Sargento que iba a jubilarse y que había custodiado a la familia Rondoletto en Jefatura de Policía.

Pedro Rondoletto y su hijo Jorge son fusilados en el Arsenal Miguel de Azcuénaga por el Teniente Coronel Cafarena. Los detenidos son sacados del recinto de detención por la guardia interna y entregados al Primer Alférez Roberto BARRAZA, quien junto al Teniente Coronel CAFARENA y dos o tres gendarmes más, conducen a los Rondoletto al borde del Pozo. Una vez allí el Coronel CAFARENA hace arrodillarse a los detenidos y “‘procede a ejecutarlos mediante un disparo en la cabeza, cayendo al pozo que se encuentra cubierto de ramas y ruedas de coches.

Una vez en el pozo proceden a arrojar mas ruedas encima de los cuerpos junto con gasolina y aceite, incendiándolos con una antorcha. Pedro Rondoletto permanece aún con vida cuando le arrojan una rueda de tractor y le prenden fuego, por lo que el Exgendarme Antonio Cruz pide a BARRAZA que lo mate, pero este se niega dejándolo morir quemado.

No se sabe que pasó con el resto de su familia.

Pedro era comerciante, María, ama de casa. Silvia era maestra, Jorge técnico electrónico y Azucena era española y profesora de geografía.

Yo tengo 41 años y soy de Bs As por lo que no he conocido a esa familia. Yo tenía 10 años y tres meses cuando desaparecieron. Si fue un día de semana, como fue a la tarde, probablemente yo estuviera en ese momento haciendo los deberes para el día siguiente, estaba en 4to. grado. Hacía pocas semanas que había tomado la primera comunión y mi primo mayor se había casado hacía pocos días. No conozco Tucumán por lo que nada me une a esa familia. O nada me unía.

A principios de octubre de este año participé de una jornada de abuelas en la facultad de psicología de la UBA y al finalizar la jornada, una artista plástica llegó con varias cajas de cuadernos Gloria. Cada cuaderno estaba numerado y pertenecía cada uno a un desaparecido diferente. La consigna de la artista era que cada uno eligiera un cuaderno y escribiera en él el nombre de la persona desaparecida.

Yo soy adoptada ilegalmente y el 12/05/07 luego de una improbable búsqueda pude conocer lo imposible, a mi mamá biológica. Cuando tuve que elegir un cuaderno, no quise que el cuaderno me fuera indiferente, porque no da lo mismo Pedro que Juan. ¿Cómo elegir un cuaderno significativo si los desaparecidos me son ajenos y no conozco a ninguno? Por eso elegí el cuaderno 1205, que representaba el día que después de 40 años, conocí a mi mamá biológica. En el cuaderno había una fotocopia de los reclamos que se hacen constantemente en Página 12.

Decía Pedro y María Rondoletto, padres, Silvia Margarita Rondoletto, hija. El cuaderno correspondía a Silvia Margarita.

El cuaderno estaba en blanco. Quise escribir el nombre de Silvia jugando con distintas letras. Yo sé cual es mi letra, pero no sabía cual era la letra de Silvia. Por eso escribí su nombre de diferentes maneras, tratando de encontrar cómo lo habría escrito ella. Hice firmas y monogramas con sus iniciales. Ensayé diferentes caligrafías. Seguramente no estaba en ninguna, pero era todo lo que yo podía ofrecerle. Como decía hija de Pedro, me la imaginé una niña, tal vez de mi edad. Cuando lo comenté con mi psicóloga me hizo notar que tal vez podía tratarse de alguien nacida en cautiverio.

Hoy busqué el apellido Rondoletto en internet y llegué a la página de uds. Silvia Margarita no es quien yo imaginé, tenía 17 años mas que yo. Pido disculpas por no haber podido imaginar a la Silvia verdadera. Grata fue mi sorpresa (a veces las frases no sirven para expresar lo que uno siente, en ningún momento pude sentir nada grato) cuando me enteré que el papá de Silvia tenía una imprenta y yo jugué con el dibujo de las letras para Silvia.

Yo no la conocí a Silvia Margarita.

SILVIA MARGARITA RONDOLETTO PRESENTE

Aida Lauga

briancarlsonartist@gmail.com